lunes, 18 de mayo de 2020

LA CARTA

Juan había montado una empresa que escribía cartas y correos personales. La idea se le ocurrió el día que vio  la película “Her”. Se sorprendió al observar que en EE.UU. había empresas dedicadas a escribir cartas de padres a hijos y viceversa, de amistad, de amor, etc.

Después de darle vueltas decidió probar suerte. Total no tenía nada que perder, lo haría en su tiempo libre. A él le gustaba escribir y no se le daba mal.

Creó perfiles en todas las redes sociales, puso anuncios en los diarios, en portales, en blogs y esperó a ver qué ocurría. La respuesta le dejó anonadado. La avalancha de peticiones fue espectacular. Tal fue el éxito que dejó su trabajo y se dedicó exclusivamente a la empresa. Al cabo de un año contaba con dos personas más. Con la incorporación del nuevo personal decidió crear un servicio telefónico para las peticiones. Los clientes podían llamar a determinadas horas y encargar sus cartas por este medio.

Aquel día sonó el teléfono en el horario requerido. Juan personalmente atendió la llamada:

-         Buenos días, tengo entendido que ustedes se dedican a escribir cartas.

-         Así es, pero solamente cartas entre particulares.

-         Ese es mi caso.

-      Pues bien, indíqueme más o menos lo que quiere decir, a quién y cuándo desea usted que se la hagamos llegar.

-         La carta es para un amigo.

-         Estupendo ¿Y más o menos qué mensaje le quiere usted enviar?

-         Qué se anda con ojo.

-   Perdón. Creo que no le he entendido bien.- Logra decir Juan después de unos segundos de silencio.

-         Pues eso, que se ande con cuidaíto conmigo, que va por mal camino y qué si sigue así, va a acabar malamente.

Juan se ha quedado perplejo y busca la manera de salir airoso de la situación. Después de una larga pausa, hace un esfuerzo y responde.

-   Vamos a ver si lo he comprendido, señor…Por cierto, no me ha dicho usted su nombre.

-         Antonio Gutiérrez

-       Bien Sr. Gutiérrez, creo que lo que intenta usted decirme es que  tiene usted algún asunto pendiente con su amigo y desea enviarle un mensaje para abrir un camino de diálogo ¿Es así?

-         No, no es así.

El desconcierto y el estupor de Juan van en aumento.

-       Quiero decirle, lo que le he dicho. Qué se me ha acabado la paciencia, qué ya no hay más que hablar y que a la próxima me encargaré de que le rajen de arriba abajo.

-   Lo siento Sr. Gutiérrez pero nosotros no escribimos este tipo de cartas. Se ha equivocado usted de lugar. Adiós.

Y Juan cuelga el teléfono.


LA ALARMA

-         Mira hijo, en mi estado nada me causa alarma.- María.

-         ¿A qué te refieres? -  Javier, hijo de María.

-         A que tengo 94  años, he vivido una vida plena y si ha llegado la hora de irme, me   iré sin aspavientos.

-         Qué tonterías dices mamá.

-         No son tonterías es la verdad.

-      Pues a mí sí me causa alarma que salgas todos los días de casa a comprar el pan y que aproveches esa excusa para darte un paseíto, en lugar de quedarte en casa como hacen todos los mayores de 70 años excepto tú.

 

Silencio, del otro lado del teléfono. María no responde a las quejas de su hijo. Deja que se desahogue. Cuando lo haga, se despedirá y hasta mañana. Quizá le mienta la próxima vez y le diga que se ha asustado de verdad y que ya no sale de casa.

-         Además ¿Quieres decirme que haces con la barra de pan si tú no te la comes?


domingo, 10 de mayo de 2020

EL PAQUETE


Era día de compra. Desde que se decretara el confinamiento Javier iba un día a la semana. Salir de casa representaba la posibilidad de contagio, así que procuraba apañárselas para concentrar todas las compras en un solo día.
Son las doce y vuelve de la frutería. El carrito que arrastra va completamente lleno y empieza a notar el esfuerzo de subir la cuesta que media entre la tienda y su casa. Sin embargo no se para a descansar, es mejor subirla de un tirón. Descansará cuando llegue arriba.
Al final de la pendiente a la derecha un macizo de rosas le recuerda que a pesar del virus, de los enfermos y de los muertos, es primavera. Se detiene a contemplarlas. La mayoría están abiertas. El macizo es pequeño pero variado. Pueden apreciarse tres tipos distintos, las rojo carmesí, las rosas y las preferidas de Javier, las rojo terciopelo. En estas ocasiones siempre le viene a la mente el mismo pensamiento: “qué generosa es la Naturaleza a pesar de lo mal que la tratamos”.
La contemplación de las rosas le ha alegrado el día y con mejor ánimo reanuda el camino a casa. Cuando apenas le quedan cinco metros para alcanzar el portal, pasa una pequeña furgoneta de reparto. Debía llevar el portón trasero mal cerrado porque al salvar el badén del paso de cebra, se abre y de su interior cae un paquete. Javier observa la escena y comienza a hacer señales y a gritar intentando llamar la atención del conductor, pero el vehículo no se detiene. El paquete ha quedado en mitad de la calzada a expensas de ser aplastado por otro coche. La verdad es que no sabe qué hacer. En cualquier otra circunstancia hubiera recogido el paquete, localizado a la empresa de reparto y devolverlo. Pero, sinceramente no se atrevía a tocarlo: “a saber por cuantos manos habrá pasado”.  A pesar de este pensamiento, no se mueve. Permanece allí vigilando el paquete, como si este hecho fuera suficiente para mantenerlo a salvo.
Después de cinco minutos decide abandonarlo a su suerte, prosigue su camino y entra en casa.

sábado, 2 de mayo de 2020

EL CANTOR


A Juan le gustaba cantar desde que tenía recuerdos. Lo malo era que lo hacía fatal. No era capaz de entonar dos notas seguidas.
En una ocasión quiso formar parte de una coral. Le habían dicho que allí le enseñarían a cantar, pero cuando el director lo oyó, lo rechazó argumentando que no tenía el tiempo necesario para adaptar su voz al resto del grupo.
También había intentado buscar un profesor que le enseñara, pero todo lo que encontró fueron academias dirigidas a personas con trayectoria profesional y evidentemente, ese no era su caso.
El pobre Juan se sentía muy frustrado. No comprendía por qué a él le resultaba casi imposible reproducir los sonidos que tanto le gustaban.  Con lo que a él le apetecía cantar, pero estaba claro que no había sido bendecido con ese maravilloso don. Así que Juan solamente cantaba cuando sabía que nadie podía oírle y esto sucedía en el coche cuando regresaba del trabajo. Solo, al volante de su coche donde guardaba un pincho con una recopilación de canciones, lo conectaba al USB y ¡hala! a cantar. Más de una tarde en los tramos de lenta circulación de la M-40, había sorprendido la burlona mirada de otro conductor al observar sus cantarines gestos que acompañaba de suaves contoneos de hombros.
El día que se decretó el confinamiento Juan llevaba ya un año sin trabajar, con lo que sus ocasiones diarias de desahogo coral se habían reducido considerablemente.
A raíz del encierro todo  se volvió virtual y ahí fue donde ¡por fin! Juan halló la oportunidad que tanto había buscado. Encontró un curso on-line de canto para aficionados y se matriculó de inmediato. Las partituras, la manera de leerlas y de interpretarlas, los midis y las voces estaban siempre disponibles ¡qué maravilla! Aquello fue un gran descubrimiento. Juan se impuso una disciplina de aprendizaje y acordó unos horarios de ensayo con su pareja por aquello de no molestar.
Al cabo de tres meses de confinamiento, Juan consiguió entonar de un tirón y sin atascarse una versión para coral del “Yesterday” de los Beattles. Cuando finalizó le pareció escuchar un ruido detrás de la puerta de la habitación-estudio. La abrió y allí en mitad del pasillo se encontró a Rosa, su mujer. Y dirigiéndose a ella dijo:
-         Dime que no fue un aplauso.

sábado, 25 de abril de 2020

EL AGENTE


Xavier maldice mentalmente mil veces al agente mientras da la vuelta hacia el hotel, pero no llega allí. Se detiene, mira en Google la manera de salir caminando del pueblo. Seguro que hay un camino a pie y una vez fuera del municipio ese estúpido agente no tendrá jurisdicción para detenerle. Google le muestra el camino sin ningún problema y hacia allí se dirige. Deja el coche un poco antes, ese maldito agente ha tomado nota de la matrícula.
La entrada del camino se encuentra precintada con una cinta blanca y roja, la levanta sin dificultad y empieza a caminar lo más deprisa que sus piernas y sus pulmones le permiten. No es mucho trecho, diez kilómetros, poco más de una hora, él está en buena forma, no le llevará mucho más. Mientras camina disfruta del paisaje que una incipiente primavera le ofrece, de los olores de la hierba, de las jaras  y del romero en flor; del intenso color lila del brezo, del canto de los pájaros, de…Tan extasiado está que no ve a la pareja de la Guardia Civil que le está esperando al final del camino.
-         Buenos días ¿Me permite su documentación?
Xavier da un respingo por el sobresalto que le causa la voz del agente que le saca de su éxtasis y porque no había pensado en ellos.
Al ver que no responde, el agente repite la frase. Xavier balbucea un “Buenos días” y entrega su DNI.
-         Bien Xavier ¿No ha visto usted que el camino está precintado?
-         No lo he visto Sr. Agente – Miente Xavier intentando parecer inocente.
-         ¿No lo ha visto? ¿De dónde viene usted?
-         Pues no lo sé con certeza. Creo que me he perdido.
-         ¿Se ha perdido?
-         Sí, comencé a caminar y me extasié con la Naturaleza y no tengo muy claro dónde estoy.
-         ¿No sabe dónde está?
-         No, lo siento Sr. Agente pero no lo sé.
-         Y por lo que veo tampoco sabe que no se puede salir a la calle.
-         ¿No se puede salir?
-         O se hace el tonto o cree que yo lo soy.
-         ¡Líbreme Dios de semejante cosa!
El agente de la Guardia Civil no es tan paciente como Joan. Cachea a Xavier, le requisa la mochila y le sube al coche patrulla sin más miramientos.
-         ¿A dónde me llevan?  - Pregunta un aterrado Xavier.
-         A un solitario y tranquilo lugar, así tendrá tiempo de pensar sin que nadie le moleste hasta que se le aclaren las ideas.
Y en los tres días que permaneció en el calabozo del cuartel de la Guardia Civil de Igualada, Xavier visualizó en su mente mil veces su conversación con Joan, el agente municipal que le hizo dar la vuelta. Su voz firme pero amable, sus agradables consejos, su ofrecimiento de ayuda.
Soy un estúpido ¿Por qué no le habré hecho caso?

domingo, 12 de abril de 2020

COCINAR


Y acto seguido hacían un cucurucho de papel y metían en él un cangrejo. Luego te preguntaban:
-         ¿Te guardamos algo?
Y tú ordenabas el pedido que tendrías listo para recoger a las dos, casi a la hora de cierre. Mientras tanto os ibais a comprar el resto de las provisiones para la semana. Fany entretenida con su cangrejo no daba ninguna guerra. Al finalizar os ibais a la cafetería anexa al mercado, que ponía la terraza en cuanto el tiempo lo permitía. Tú te tomabas tu cañita, para Fany un zumo sin azúcar. Luego el regreso a casa. Había que preparar la comida lo más rápido posible, el buen apetito de Fany no podía esperar. Aquel día se te ocurrió preparar huevos fritos. A Fany le encantaban, los hubiera comido todos los días, por eso había que dosificarlos. Pisto, previamente preparado, huevo frito y ¿por qué no? Patatas fritas y Fany sería la niña más feliz ¡Costaba tan poco complacerla! Y te pusiste manos a la obra, pero también había que poner una lavadora.
Total que las patatas resultaron un desastre, unas se quemaron y otras quedaron casi crudas. Te diste cuenta cuando las pusiste en el plato. Aún así las probaste y decidiste tirarlas a la basura. Al verlo Fany se puso a llorar como solo ella sabía hacerlo:
-         ¿Hija por qué lloras?
-         Porque has tirado las patatas a la basura.
-         Es que no están buenas, me han salido fatal.
-         Pero a mí me gustan mucho. Yo las quería.
En ese momento te sentiste el peor padre del mundo.

viernes, 10 de abril de 2020

MARINA, LENTEJAS Y PIMENTÓN



Javier se dispone a cocinar las lentejas que había dejado en remojo la noche anterior. Echa las lentejas en la olla, les añade zanahoria, tomate, tomillo, sal, ajo y ¡sorpesa! no lo queda pimentón.
De repente se acuerda de que  antes de que se decretara el confinamiento le habían comentado que habían vuelto a alquilar el piso de abajo, sería una buena ocasión para conocer a los nuevos vecinos. Decide bajar los dos tramos de escalera que les separan y llama a la puerta diciendo.
Poco a poco  los mensajes fueron subiendo de tono y aquello se convirtió en una tórrida relación. Javier hubiera roto la cuarentena para ir a su encuentro, para abrazarla, besarla y hacerla suya. Pero Marina le mantenía a raya con un:
- Te prometo que el día que todo esto acabe, te estaré esperando con los brazos abiertos. Mientras tanto debemos ser prudentes. Alguien puede vernos…
Y el ansiado día llegó al cabo de dos meses. Javier bajó corriendo las escaleras y llamó a la puerta de Marina…
Una, dos, tres veces: “Marina abre, soy Javier”. Nada.
Llamó mil veces siempre con el mismo resultado.
Un apesadumbrado Javier deambulaba por las calles llenas de gente eufórica celebrando el final del confinamiento. Decidió regresar a casa, se sentía fuera de lugar. Al llegar al portal se encontró con un camión de mudanza. El ascensor no acudía, sin duda ocupado por los de la mudanza. Tuvo que subir a pie. Al llegar al primero vio la puerta del piso de Marina abierta. Su corazón se aceleró. Se detuvo y empezó a respirar profundamente hasta conseguir que los latidos volviesen a la normalidad. En ese momento salió un hombre joven de la vivienda, al verle se preocupó:
-         ¿Se encuentra bien?
-         Sí, gracias. Es que no venía el ascensor y me temo que después de tanto tiempo inactivo subir las escaleras me ha fatigado más de la cuenta.
-         Estamos de mudanza pero puedo sacarle una silla para que se siente. No le digo que pase porque está todo manga por hombro.
-         No hace falta, ya se me ha pasado. Gracias de todos modos. Por cierto me llamo Javier y vivo en el tercero, por si necesitan algo.
-         Muchas gracias, ahora le diré a mi hermana que salga a conocerle. Es ella la que vivirá aquí. Con la cuarentena no se ha podido mudar hasta ahora.
Y el hombre entra en la casa llamando: Marina, Marina.

lunes, 6 de abril de 2020

LA BARRA DE PAN




miércoles, 25 de marzo de 2020

La laguna


Un buen día el elefante encontró seca la laguna en la que solía beber, así que emprendió la búsqueda de una nueva. Por el camino se topó con la jirafa a la que advirtió:
-          Hermana, la laguna se ha secado, voy en busca de una nueva ¿Quieres acompañarme?
-          Si ya no tiene agua habrá que buscar otra, voy contigo.
Y ambos siguieron. Al poco rato se encontraron con el mono y nuevamente habló el elefante:
-          Amigo mono, la laguna se ha secado. La jirafa y yo vamos en búsqueda de una nueva ¿Nos acompañas?
-          Sí, me voy con vosotros.
Y los tres continuaron el incierto camino. Más adelante en una vereda vieron al ciervo y también se les unió. Lo mismo ocurrió con la cebra, el canguro, el caballo, la cabra, el conejo, etc. Luego vinieron las aves que llevaban volando kilómetros y kilómetros tratando de avistar algún lugar donde poder saciar la sed. Hablaron con la improvisada caravana y quedaron en que las más ágiles se adelantarían y que cuando encontraran agua regresarían a guiar a los demás.
La luz del sol declinaba cuando apareció una de las aves que había ido de avanzadilla. Al verla, la caravana se paró esperando que se posara en el suelo y así lo hizo.
-          ¿Habéis encontrado agua? – preguntaba el elefante
-          ¿Está muy lejos? – añadía un cansado mono
-          Sí, hemos encontrado agua, pero todavía os queda una larga caminata para llegar.
-          El sol se pondrá en un rato, no podremos seguir caminando mucho más – dijo la cebra
-          Descansemos esta noche y mañana seguiremos la marcha- sugirió el canguro
-          Es una buena idea. Mañana llegaréis. Yo me quedaré con vosotros y os iré guiando.
-          Gracias hermana garza – dijeron todos al unísono.
Todos los animales se agruparon en un corro para darse calor unos a otros y sobre todo para sentir que no estaban solos en aquel paraje en el que la escasez de agua lo había convertido casi en un desierto. Durmieron por el cansancio y con la esperanza de que al día siguiente tendrían agua para beber y brotes para comer. Pero el caballo, el conejo y la cabra que un día convivieron con el hombre se preguntaban cuanto tiempo podrían quedarse en el nuevo lugar. La respuesta era sencilla: el tiempo que tardase el hombre en acabar con el agua.

viernes, 20 de marzo de 2020

Solo un beso


Que  Laura llevase a sus nuevos amigos al cine en una de las primeras citas como forma de saber si aquello tenía futuro, a muchos les parecerá una tontería, pero para Laura era casi un método científico. Después de esa prueba quedaban pocas dudas que disipar. Si salían airosos de la cita cinematográfica habría más, pero si no era así, fin de la historia.
Los padres de Laura transmitieron a sus hijos dos aficiones, el cine y la lectura. Todos los hermanos de Laura acudían al cine frecuentemente y acumulaban libros en su casa. En las reuniones familiares, incluso en las conversaciones telefónicas las películas vistas últimamente eran temas habituales. Unos a otros se recomendaban películas o rememoraban escenas que les habían hecho reír, emocionarse u horrorizarse, que de todo había.
Ir al cine, entrar en la sala, sentarse en la butaca, esperar a que se apagase la luz y en la pantalla empezara la proyección tenía un encanto especial, único que habían vivido desde su infancia. El padre de Laura regentaba el cine de su pueblo. Así que para ellos la sala de cine era una estancia más de la casa. Cuando no había sesión, corrían por el pasillo central, jugaban al escondite entre las butacas o se subían al escenario en el que se situaba la pantalla y allí echaban su propia película. Los días de lluvia la sala de cine se convertía en un enorme salón de juegos.
Las proyecciones se limitaban a los domingos y días de fiesta, así que el padre de Laura procuraba elegir películas autorizadas para que pudieran asistir las familias al completo. Pero algunas veces no era posible y a los niños no se les permitía entrar lo que les costaba un disgusto. Aún así Laura y sus hermanos intentaban colarse aprovechando la penumbra de la sala, pero siempre eran sorprendidos por el  implacable acomodador que los sacaba de allí de una oreja. En estas ocasiones la reprimenda para ellos era triple, primero de él, luego de su padre y finalmente de la madre. Pero a los chiquillos debía durarles poco el disgusto porque a la siguiente ocasión volvían a las andadas.
Seguro que ahora el lector comprende mejor porque para Laura el cine era una prueba a superar.
En aquella ocasión Laura había quedado con Javier al que había conocido el fin de semana anterior durante una cena organizada por unos amigos comunes y a la que Laura se incorporó a los postres. Saludos, presentaciones a los que no se conocen, lo habitual en estos casos. Después de un rato algunos se despidieron y los demás se reubicaron alrededor de la mesa. Laura coincidió al lado de Javier para felicidad de éste que no le perdía ojo desde que había llegado. Javier no disimuló lo que ella le agradaba. Laura se sentía complacida por la buena acogida, la conversación y el trato halagador y cortés de Javier.
Finalizadas las cenas el local ofrecía música en directo. Las conversaciones se redujeron a murmullos y todos se prestaron a escuchar. Al cabo de un rato, el grupo musical animó a los espectadores a salir a bailar y poco a poco el ambiente fue animándose cada vez más. Sin embargo en un rincón de la mesa Laura y Javier continuaban con su conversación ajenos a todo los demás. Se intercambiaron teléfonos y quedaron en verse a lo largo de la semana. Javier solicitó que ella decidiera el día más conveniente, él se adaptaría al que a Laura le viniera mejor.
En un momento dado, atraídos por el ritmo de la música se decidieron a bailar. Primera decepción para Laura, al ponerse en pie comprobó con desagrado que Javier era bastante más bajo que ella. Laura intentó que no se le notase, pero a la primera ocasión que se presentó y ante la sorpresa de todos, se despidió y se marchó con la excusa de que estaba cansada.
Laura estuvo reflexionando unos días, si llamar a Javier o no. Finalmente decidió hacerlo y proponerle ir al cine, ella elegiría la película, a ver como reaccionaba Javier.
Javier se alegró sinceramente de recibir la llamada de Laura y no puso objeción alguna a la película, al cine, a la hora, ni a nada.
Javier llegó el primero y sacó las entradas. Así que cuando Laura acudió entraron a la sala, tomarían algo después. La película era Solo un beso de Ken Loach y  se proyectaba en versión original subtitulada en español. Laura se concentró en la película tratando de leer lo menos posible los subtítulos. Javier tampoco habló durante la proyección, buen síntoma – pensó Laura.
Cuando el film acabó, Laura comenzó a comentar el argumento. La postura de unos y otros. El director no dejaba títere con cabeza, situando a ambas confesiones en el mismo nivel de intolerancia. La pareja entró en el VIPS mientras Laura seguía hablando de la película. Cuando ya les había acomodado el camarero, ella se percató de que Javier no había abierto la boca, excepto para asentir que le parecía bien tomar algo en el VIPS.
-          ¿No dices nada? ¿No te ha gustado la película? ¿Qué te ha parecido? No tienes que decirme que sí. Hay mucha gente a la que no le gustan las películas de Ken Loach. Solo quería saber tu opinión, nada más.
Javier se limitó a encogerse de hombros y a cambiar de tema de conversación. Laura no insistió y fingió leer la carta.
Durante la frugal cena, Javier cometió lo que Laura consideró el tercer error, habló de su separación, de su ex mujer y de lo que les llevó a separarse. Laura escuchó sin interrumpirle. Cuando él terminó, se limitó a comentar: -¡Menudo drama! Lo que le dio ánimos para seguir. La paciencia de Laura se estaba acabando: “es bajito, es evidente que no le van este tipo de películas y encima me cuenta su separación en la primera cita…Venga ya”
De repente miró el reloj y exclamó: - ”¡Uf! Me tengo que ir, es muy tarde –
Javier intentó insistir en que se quedara un rato más, pero Laura le cortó. Cruzaron la calle hacia la parada del autobús que iba a casa de Laura. Javier quiso acompañarla para que no fuera sola. Ella respondió que el autobús la dejaba prácticamente en la puerta de casa y añadió un “adiós”  que sonó a despedida definitiva.

miércoles, 18 de marzo de 2020

La belleza de lo inútil



-          ¿De verdad hay personas así?
-          Claro que las hay y muchas más de las que crees
-          En fin, si tu lo dices.
-          Y lo malo no es que las haya, es que tengas que convivir con ellas.
-          ¿Convivir a la fuerza?
-          Sí, a la fuerza.
-          A la fuerza ¿Cómo?
-          Muy sencillo, que sea la compañera de clase que se sienta a tu lado o tu compañera de despacho en el trabajo, por ejemplo.
-          ¡Ah! Es verdad, no lo había pensado.
-          Yo tuve una compañera de despacho varios años que se permitía el lujo de opinar de todo y de todos sin que nadie le preguntase y aunque le dijeras que no le habías pedido su opinión. Ella lo saltaba y punto.
-          ¡Vaya alhaja!
-          Y no quedaba ahí la cosa, es que encima se enorgullecía de ello.
-          ¡Pues que alegría!
-          Y otra que era adicta a las compras. Su conversación siempre versaba sobre vestidos, zapatos, bolsos, maquillajes, peinados, etc. Ella no lo sabían pero la llamaban “Barbie”
-          ¿Cómo la muñeca?
-          Sí, como la muñeca.
-          Ja, ja, ja.
-          En una ocasión me dijo que se iba a comprar un bolso de Loewe, que le hacía mucha ilusión tener uno, etc. Unos días después se enteró que me marchaba tres días a la playa con una amiga y me preguntó que si podía venirse con nosotras. Nosotras ya habíamos pagado el viaje, así que le indiqué el hotel al que íbamos para que lo echara un vistazo e hiciera la reserva si le gustaba. Al día siguiente me dijo que no se apuntaba porque era muy caro y no pudo menos de echarme a reír.
-          ¿Por qué te reíste?
-          Eso mismo me preguntó ella y le argumenté que me hacía gracia que estuviera dispuesta a gastarse 600€ en un bolso y que sin embargo le pareciera caro 300€ un viaje a la playa de tres días.
-          Desde luego es absurdo.
-          Ella se ofendió y expresó sus argumentos de manera muy vehemente. Me dijo que mi placer solo iba a durar tres días, mientras que el suyo era para toda la vida, porque cada vez que mirase el bolso, lo vería precioso, lo tocaría y lo acariciaría y se sentiría reconfortada con ello y además, podría hacerlo todos los días.
-          ¡Madre mía! No me extraña que la llamasen Barbie.
-          Ya ves ¿Cómo se puede comparar mirar un bolso con contemplar la puesta de sol desde la playa? Esa bola roja que poco a poco va desapareciendo en el horizonte a la vez que el agua del mar va cambiando de azul a gris y luego, si hay luna, ese haz de luz blanca y brillante reflejándose en el agua...  Poder oler la brisa marina, contemplar el mar, como vienen y van las olas acariciando la orilla ¿Puede todo eso compararse con un bolso?