Javier se dispone a cocinar
las lentejas que había dejado en remojo la noche anterior. Echa las lentejas en
la olla, les añade zanahoria, tomate, tomillo, sal, ajo y ¡sorpesa! no lo queda
pimentón.
- ¿Qué hago ahora? No voy a cocinar las lentejas sin pimentón.
Salir a la calle no es conveniente, además salir únicamente para comprar el
pimentón…
De repente se acuerda de que
antes de que se decretara el
confinamiento le habían comentado que habían vuelto a alquilar el piso de
abajo, sería una buena ocasión para conocer a los nuevos vecinos. Decide bajar
los dos tramos de escalera que les separan y llama a la puerta diciendo.
- Hola, soy Javier el vecino del tercero. Ya sé que no es el
momento más adecuado pero quería presentarme y…
No le da tiempo a añadir nada más, la puerta se abre y aparece
una joven con mascarilla.
- Hola, soy Marina. Encantada de conocerte. Soy nueva en el
edificio y no conozco a nadie. Me alegro de que hayas llamado a mi puerta.
- Igualmente. Si necesitas cualquier cosa estoy dos pisos más
arriba.
- Lo tendré en cuenta. Gracias.
- Verás, es que me he puesto a preparar unas lentejas y me he
dado cuenta de que se me ha acabado el pimentón ¿No tendrás un poco por
casualidad?
- Hummm, lentejas, que ricas. Hace tiempo que no las como.
- Pues a mí me salen genial.
- Eso habrá que demostrarlo. Ja, ja, ja
Marina se ríe con una risa franca, sincera que encanta a
Javier.
- Si me prestas el
pimentón, te puedo bajar un taper. Suelo hacer una buena cantidad, así me da
para varias veces.
- Trato hecho. Espera aquí, que ahora te traigo el pimentón.
Apenas medio minuto después Marina volvía con una lata de
pimentón en la mano.
- He comprobado que queda. Disculpa que no te invite a pasar,
no hay que contravenir las normas de confinamiento.
- Por supuesto, ya ha sido un atrevimiento por mi parte bajar
a molestarte.
- No ha sido molestia, todo lo contrario… Estoy pensando, como
no conviene el contacto personal, se me ocurre que podemos ingeniar un sistema
de intercambio con una cuerda y una cesta ¿Qué te parece?
- ¡Genial! Creo que sería conveniente que intercambiásemos
nuestros números de móvil para avisarnos cuando pongamos algo en la cesta.
- ¡Estupendo! Miraré hacia arriba a las ocho ¡Ah! Y no te olvides
que espero esas lentejas.
- ¡Las tendrás! Pero si sigo aquí de charla contigo no sé para
cuando.
- ¡Se acabó la charla!
Marina cerró la puerta y Javier subió a su casa a cocinar las
lentejas con gran esmero, no quería defraudarla.
Y así comenzó a fluir
la relación entre ellos. Javier no podía olvidar los ojos rasgados color
avellana de Marina, unos ojos que hablaban, que reían, que lo decían todo y en
los que él sentía fundirse.
Los WhatsAap primero fueron breves:
“Te envío esto o lo
otro”
“Se me han caído un par
de pinzas ¿puedes devolvérmelas?”
“¿Te gustan las torrijas?”
Para derivar en un “¿cómo estás hoy?” por las mañas, un “buenas noches” antes de irse a acostar,
un “¿has visto esta película, leído este
libro, escuchado esta canción..?”
Al cabo de una semana Javier se dio cuenta de que esperaba
ansioso cualquier ocasión para enviar un mensaje a Marina. Mensaje que ella no
tardaba en contestar.
Poco a poco los
mensajes fueron subiendo de tono y aquello se convirtió en una tórrida
relación. Javier hubiera roto la cuarentena para ir a su encuentro, para
abrazarla, besarla y hacerla suya. Pero Marina le mantenía a raya con un:
- Te prometo que el día que todo esto acabe, te estaré
esperando con los brazos abiertos. Mientras tanto debemos ser prudentes.
Alguien puede vernos…
Y el ansiado día llegó al cabo de dos meses. Javier bajó
corriendo las escaleras y llamó a la puerta de Marina…
Una, dos, tres veces: “Marina abre, soy Javier”. Nada.
-
Quizá esté en el baño y no me oiga. La llamaré
al móvil.
-
“El número
marcado no corresponde a ningún usuario.”
-
No puede ser.
Llamó mil veces siempre con el mismo resultado.
Un apesadumbrado Javier deambulaba por las calles llenas de
gente eufórica celebrando el final del confinamiento. Decidió regresar a casa,
se sentía fuera de lugar. Al llegar al portal se encontró con un camión de
mudanza. El ascensor no acudía, sin duda ocupado por los de la mudanza. Tuvo
que subir a pie. Al llegar al primero vio la puerta del piso de Marina abierta.
Su corazón se aceleró. Se detuvo y empezó a respirar profundamente hasta
conseguir que los latidos volviesen a la normalidad. En ese momento salió un
hombre joven de la vivienda, al verle se preocupó:
-
¿Se encuentra bien?
-
Sí, gracias. Es que no venía el ascensor y me
temo que después de tanto tiempo inactivo subir las escaleras me ha fatigado
más de la cuenta.
-
Estamos de mudanza pero puedo sacarle una silla
para que se siente. No le digo que pase porque está todo manga por hombro.
-
No hace falta, ya se me ha pasado. Gracias de
todos modos. Por cierto me llamo Javier y vivo en el tercero, por si necesitan
algo.
-
Muchas gracias, ahora le diré a mi hermana que
salga a conocerle. Es ella la que vivirá aquí. Con la cuarentena no se ha
podido mudar hasta ahora.
Y el hombre entra en la casa llamando: Marina, Marina.