miércoles, 18 de marzo de 2020

La belleza de lo inútil



-          ¿De verdad hay personas así?
-          Claro que las hay y muchas más de las que crees
-          En fin, si tu lo dices.
-          Y lo malo no es que las haya, es que tengas que convivir con ellas.
-          ¿Convivir a la fuerza?
-          Sí, a la fuerza.
-          A la fuerza ¿Cómo?
-          Muy sencillo, que sea la compañera de clase que se sienta a tu lado o tu compañera de despacho en el trabajo, por ejemplo.
-          ¡Ah! Es verdad, no lo había pensado.
-          Yo tuve una compañera de despacho varios años que se permitía el lujo de opinar de todo y de todos sin que nadie le preguntase y aunque le dijeras que no le habías pedido su opinión. Ella lo saltaba y punto.
-          ¡Vaya alhaja!
-          Y no quedaba ahí la cosa, es que encima se enorgullecía de ello.
-          ¡Pues que alegría!
-          Y otra que era adicta a las compras. Su conversación siempre versaba sobre vestidos, zapatos, bolsos, maquillajes, peinados, etc. Ella no lo sabían pero la llamaban “Barbie”
-          ¿Cómo la muñeca?
-          Sí, como la muñeca.
-          Ja, ja, ja.
-          En una ocasión me dijo que se iba a comprar un bolso de Loewe, que le hacía mucha ilusión tener uno, etc. Unos días después se enteró que me marchaba tres días a la playa con una amiga y me preguntó que si podía venirse con nosotras. Nosotras ya habíamos pagado el viaje, así que le indiqué el hotel al que íbamos para que lo echara un vistazo e hiciera la reserva si le gustaba. Al día siguiente me dijo que no se apuntaba porque era muy caro y no pudo menos de echarme a reír.
-          ¿Por qué te reíste?
-          Eso mismo me preguntó ella y le argumenté que me hacía gracia que estuviera dispuesta a gastarse 600€ en un bolso y que sin embargo le pareciera caro 300€ un viaje a la playa de tres días.
-          Desde luego es absurdo.
-          Ella se ofendió y expresó sus argumentos de manera muy vehemente. Me dijo que mi placer solo iba a durar tres días, mientras que el suyo era para toda la vida, porque cada vez que mirase el bolso, lo vería precioso, lo tocaría y lo acariciaría y se sentiría reconfortada con ello y además, podría hacerlo todos los días.
-          ¡Madre mía! No me extraña que la llamasen Barbie.
-          Ya ves ¿Cómo se puede comparar mirar un bolso con contemplar la puesta de sol desde la playa? Esa bola roja que poco a poco va desapareciendo en el horizonte a la vez que el agua del mar va cambiando de azul a gris y luego, si hay luna, ese haz de luz blanca y brillante reflejándose en el agua...  Poder oler la brisa marina, contemplar el mar, como vienen y van las olas acariciando la orilla ¿Puede todo eso compararse con un bolso?


1 comentario:

tamarlia dijo...

Muchas gracias, me ha gustado mucho