Cocinar, cocinar... ¿A quién pretendes engañar? Nunca te
gustó, siempre lo has hecho por obligación. Mónica, tu mujer casi siempre
estaba de viaje, así que esa tarea que tú creíste que sería de ella, al cabo de
cinco años de convivencia, recayó sobre ti. Mónica se pasaba la semana fuera de
Madrid, regresaba el fin de semana ¿Iba a perder el poco tiempo que estaba en
casa comprando y cocinando? ¡Venga ya! Así fue como tuviste que tomar las
riendas no solo de la cocina, si no de todo lo concerniente a la casa y del
cuidado de Fany, vuestra preciosa hija.
No solo era bonita por fuera, también lo era por dentro. Enamoraba a todos los
que la conocían.
¿Te acuerdas de aquél día en el que lloró por unas patatas
fritas?
Claro que te acuerdas, no se te ha borrado nunca de la cabeza.
Era sábado. Aquel fin de semana Mónica no había podido
regresar a Madrid. Te habías levantado tarde, todo lo tarde que el apetito de
Fany te permitía. Luego te lo habías tomado con calma, al fin y al cabo era
sábado. Después de dar de desayunar a Fany habíais estado jugando los dos ¡Cómo
se reía! Su risa era como un bálsamo, un antídoto contra la adversidad.
Salisteis a la calle tarde. El mercado estaba a rebosar, colas
en todas partes. Fany, como siempre, entretenida con el cangrejo que le daban
en la pescadería. Según llegabais al mercado, ibais derechos a la pescadería.
En cuanto los pescaderos os veían, lo dejaban todo para saludaros:
-
¡Ya está aquí Fany!
Y
acto seguido hacían un cucurucho de papel y metían en él un cangrejo. Luego te
preguntaban:
-
¿Te guardamos algo?
Y
tú ordenabas el pedido que tendrías listo para recoger a las dos, casi a la
hora de cierre. Mientras tanto os ibais a comprar el resto de las provisiones
para la semana. Fany entretenida con su cangrejo no daba ninguna guerra. Al
finalizar os ibais a la cafetería anexa al mercado, que ponía la terraza en
cuanto el tiempo lo permitía. Tú te tomabas tu cañita, para Fany un zumo sin
azúcar. Luego el regreso a casa. Había que preparar la comida lo más rápido
posible, el buen apetito de Fany no podía esperar. Aquel día se te ocurrió
preparar huevos fritos. A Fany le encantaban, los hubiera comido todos los
días, por eso había que dosificarlos. Pisto, previamente preparado, huevo frito
y ¿por qué no? Patatas fritas y Fany sería la niña más feliz ¡Costaba tan poco
complacerla! Y te pusiste manos a la obra, pero también había que poner una
lavadora.
Total que las patatas resultaron un desastre, unas se
quemaron y otras quedaron casi crudas. Te diste cuenta cuando las pusiste en el
plato. Aún así las probaste y decidiste tirarlas a la basura. Al verlo Fany se
puso a llorar como solo ella sabía hacerlo:
-
¿Hija por qué lloras?
-
Porque has tirado las patatas a la basura.
-
Es que no están buenas, me han salido fatal.
-
Pero a mí me gustan mucho. Yo las quería.
En ese momento te sentiste el peor padre del mundo.
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