Un buen día el
elefante encontró seca la laguna en la que solía beber, así que emprendió la
búsqueda de una nueva. Por el camino se topó con la jirafa a la que advirtió:
-
Hermana, la laguna se ha secado, voy en busca de
una nueva ¿Quieres acompañarme?
-
Si ya no tiene agua habrá que buscar otra, voy
contigo.
Y ambos siguieron.
Al poco rato se encontraron con el mono y nuevamente habló el elefante:
-
Amigo mono, la laguna se ha secado. La jirafa y
yo vamos en búsqueda de una nueva ¿Nos acompañas?
-
Sí, me voy con vosotros.
Y los tres
continuaron el incierto camino. Más adelante en una vereda vieron al ciervo y
también se les unió. Lo mismo ocurrió con la cebra, el canguro, el caballo, la
cabra, el conejo, etc. Luego vinieron las aves que llevaban volando kilómetros
y kilómetros tratando de avistar algún lugar donde poder saciar la sed.
Hablaron con la improvisada caravana y quedaron en que las más ágiles se
adelantarían y que cuando encontraran agua regresarían a guiar a los demás.
La luz del sol
declinaba cuando apareció una de las aves que había ido de avanzadilla. Al
verla, la caravana se paró esperando que se posara en el suelo y así lo hizo.
-
¿Habéis encontrado agua? – preguntaba el
elefante
-
¿Está muy lejos? – añadía un cansado mono
-
Sí, hemos encontrado agua, pero todavía os queda
una larga caminata para llegar.
-
El sol se pondrá en un rato, no podremos seguir
caminando mucho más – dijo la cebra
-
Descansemos esta noche y mañana seguiremos la
marcha- sugirió el canguro
-
Es una buena idea. Mañana llegaréis. Yo me
quedaré con vosotros y os iré guiando.
-
Gracias hermana garza – dijeron todos al
unísono.
Todos los animales se agruparon en un corro para darse calor
unos a otros y sobre todo para sentir que no estaban solos en aquel paraje en
el que la escasez de agua lo había convertido casi en un desierto. Durmieron
por el cansancio y con la esperanza de que al día siguiente tendrían agua para
beber y brotes para comer. Pero el caballo, el conejo y la cabra que un día
convivieron con el hombre se preguntaban cuanto tiempo podrían quedarse en el
nuevo lugar. La respuesta era sencilla: el tiempo que tardase el hombre en
acabar con el agua.
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