miércoles, 25 de marzo de 2020

La laguna


Un buen día el elefante encontró seca la laguna en la que solía beber, así que emprendió la búsqueda de una nueva. Por el camino se topó con la jirafa a la que advirtió:
-          Hermana, la laguna se ha secado, voy en busca de una nueva ¿Quieres acompañarme?
-          Si ya no tiene agua habrá que buscar otra, voy contigo.
Y ambos siguieron. Al poco rato se encontraron con el mono y nuevamente habló el elefante:
-          Amigo mono, la laguna se ha secado. La jirafa y yo vamos en búsqueda de una nueva ¿Nos acompañas?
-          Sí, me voy con vosotros.
Y los tres continuaron el incierto camino. Más adelante en una vereda vieron al ciervo y también se les unió. Lo mismo ocurrió con la cebra, el canguro, el caballo, la cabra, el conejo, etc. Luego vinieron las aves que llevaban volando kilómetros y kilómetros tratando de avistar algún lugar donde poder saciar la sed. Hablaron con la improvisada caravana y quedaron en que las más ágiles se adelantarían y que cuando encontraran agua regresarían a guiar a los demás.
La luz del sol declinaba cuando apareció una de las aves que había ido de avanzadilla. Al verla, la caravana se paró esperando que se posara en el suelo y así lo hizo.
-          ¿Habéis encontrado agua? – preguntaba el elefante
-          ¿Está muy lejos? – añadía un cansado mono
-          Sí, hemos encontrado agua, pero todavía os queda una larga caminata para llegar.
-          El sol se pondrá en un rato, no podremos seguir caminando mucho más – dijo la cebra
-          Descansemos esta noche y mañana seguiremos la marcha- sugirió el canguro
-          Es una buena idea. Mañana llegaréis. Yo me quedaré con vosotros y os iré guiando.
-          Gracias hermana garza – dijeron todos al unísono.
Todos los animales se agruparon en un corro para darse calor unos a otros y sobre todo para sentir que no estaban solos en aquel paraje en el que la escasez de agua lo había convertido casi en un desierto. Durmieron por el cansancio y con la esperanza de que al día siguiente tendrían agua para beber y brotes para comer. Pero el caballo, el conejo y la cabra que un día convivieron con el hombre se preguntaban cuanto tiempo podrían quedarse en el nuevo lugar. La respuesta era sencilla: el tiempo que tardase el hombre en acabar con el agua.

viernes, 20 de marzo de 2020

Solo un beso


Que  Laura llevase a sus nuevos amigos al cine en una de las primeras citas como forma de saber si aquello tenía futuro, a muchos les parecerá una tontería, pero para Laura era casi un método científico. Después de esa prueba quedaban pocas dudas que disipar. Si salían airosos de la cita cinematográfica habría más, pero si no era así, fin de la historia.
Los padres de Laura transmitieron a sus hijos dos aficiones, el cine y la lectura. Todos los hermanos de Laura acudían al cine frecuentemente y acumulaban libros en su casa. En las reuniones familiares, incluso en las conversaciones telefónicas las películas vistas últimamente eran temas habituales. Unos a otros se recomendaban películas o rememoraban escenas que les habían hecho reír, emocionarse u horrorizarse, que de todo había.
Ir al cine, entrar en la sala, sentarse en la butaca, esperar a que se apagase la luz y en la pantalla empezara la proyección tenía un encanto especial, único que habían vivido desde su infancia. El padre de Laura regentaba el cine de su pueblo. Así que para ellos la sala de cine era una estancia más de la casa. Cuando no había sesión, corrían por el pasillo central, jugaban al escondite entre las butacas o se subían al escenario en el que se situaba la pantalla y allí echaban su propia película. Los días de lluvia la sala de cine se convertía en un enorme salón de juegos.
Las proyecciones se limitaban a los domingos y días de fiesta, así que el padre de Laura procuraba elegir películas autorizadas para que pudieran asistir las familias al completo. Pero algunas veces no era posible y a los niños no se les permitía entrar lo que les costaba un disgusto. Aún así Laura y sus hermanos intentaban colarse aprovechando la penumbra de la sala, pero siempre eran sorprendidos por el  implacable acomodador que los sacaba de allí de una oreja. En estas ocasiones la reprimenda para ellos era triple, primero de él, luego de su padre y finalmente de la madre. Pero a los chiquillos debía durarles poco el disgusto porque a la siguiente ocasión volvían a las andadas.
Seguro que ahora el lector comprende mejor porque para Laura el cine era una prueba a superar.
En aquella ocasión Laura había quedado con Javier al que había conocido el fin de semana anterior durante una cena organizada por unos amigos comunes y a la que Laura se incorporó a los postres. Saludos, presentaciones a los que no se conocen, lo habitual en estos casos. Después de un rato algunos se despidieron y los demás se reubicaron alrededor de la mesa. Laura coincidió al lado de Javier para felicidad de éste que no le perdía ojo desde que había llegado. Javier no disimuló lo que ella le agradaba. Laura se sentía complacida por la buena acogida, la conversación y el trato halagador y cortés de Javier.
Finalizadas las cenas el local ofrecía música en directo. Las conversaciones se redujeron a murmullos y todos se prestaron a escuchar. Al cabo de un rato, el grupo musical animó a los espectadores a salir a bailar y poco a poco el ambiente fue animándose cada vez más. Sin embargo en un rincón de la mesa Laura y Javier continuaban con su conversación ajenos a todo los demás. Se intercambiaron teléfonos y quedaron en verse a lo largo de la semana. Javier solicitó que ella decidiera el día más conveniente, él se adaptaría al que a Laura le viniera mejor.
En un momento dado, atraídos por el ritmo de la música se decidieron a bailar. Primera decepción para Laura, al ponerse en pie comprobó con desagrado que Javier era bastante más bajo que ella. Laura intentó que no se le notase, pero a la primera ocasión que se presentó y ante la sorpresa de todos, se despidió y se marchó con la excusa de que estaba cansada.
Laura estuvo reflexionando unos días, si llamar a Javier o no. Finalmente decidió hacerlo y proponerle ir al cine, ella elegiría la película, a ver como reaccionaba Javier.
Javier se alegró sinceramente de recibir la llamada de Laura y no puso objeción alguna a la película, al cine, a la hora, ni a nada.
Javier llegó el primero y sacó las entradas. Así que cuando Laura acudió entraron a la sala, tomarían algo después. La película era Solo un beso de Ken Loach y  se proyectaba en versión original subtitulada en español. Laura se concentró en la película tratando de leer lo menos posible los subtítulos. Javier tampoco habló durante la proyección, buen síntoma – pensó Laura.
Cuando el film acabó, Laura comenzó a comentar el argumento. La postura de unos y otros. El director no dejaba títere con cabeza, situando a ambas confesiones en el mismo nivel de intolerancia. La pareja entró en el VIPS mientras Laura seguía hablando de la película. Cuando ya les había acomodado el camarero, ella se percató de que Javier no había abierto la boca, excepto para asentir que le parecía bien tomar algo en el VIPS.
-          ¿No dices nada? ¿No te ha gustado la película? ¿Qué te ha parecido? No tienes que decirme que sí. Hay mucha gente a la que no le gustan las películas de Ken Loach. Solo quería saber tu opinión, nada más.
Javier se limitó a encogerse de hombros y a cambiar de tema de conversación. Laura no insistió y fingió leer la carta.
Durante la frugal cena, Javier cometió lo que Laura consideró el tercer error, habló de su separación, de su ex mujer y de lo que les llevó a separarse. Laura escuchó sin interrumpirle. Cuando él terminó, se limitó a comentar: -¡Menudo drama! Lo que le dio ánimos para seguir. La paciencia de Laura se estaba acabando: “es bajito, es evidente que no le van este tipo de películas y encima me cuenta su separación en la primera cita…Venga ya”
De repente miró el reloj y exclamó: - ”¡Uf! Me tengo que ir, es muy tarde –
Javier intentó insistir en que se quedara un rato más, pero Laura le cortó. Cruzaron la calle hacia la parada del autobús que iba a casa de Laura. Javier quiso acompañarla para que no fuera sola. Ella respondió que el autobús la dejaba prácticamente en la puerta de casa y añadió un “adiós”  que sonó a despedida definitiva.

miércoles, 18 de marzo de 2020

La belleza de lo inútil



-          ¿De verdad hay personas así?
-          Claro que las hay y muchas más de las que crees
-          En fin, si tu lo dices.
-          Y lo malo no es que las haya, es que tengas que convivir con ellas.
-          ¿Convivir a la fuerza?
-          Sí, a la fuerza.
-          A la fuerza ¿Cómo?
-          Muy sencillo, que sea la compañera de clase que se sienta a tu lado o tu compañera de despacho en el trabajo, por ejemplo.
-          ¡Ah! Es verdad, no lo había pensado.
-          Yo tuve una compañera de despacho varios años que se permitía el lujo de opinar de todo y de todos sin que nadie le preguntase y aunque le dijeras que no le habías pedido su opinión. Ella lo saltaba y punto.
-          ¡Vaya alhaja!
-          Y no quedaba ahí la cosa, es que encima se enorgullecía de ello.
-          ¡Pues que alegría!
-          Y otra que era adicta a las compras. Su conversación siempre versaba sobre vestidos, zapatos, bolsos, maquillajes, peinados, etc. Ella no lo sabían pero la llamaban “Barbie”
-          ¿Cómo la muñeca?
-          Sí, como la muñeca.
-          Ja, ja, ja.
-          En una ocasión me dijo que se iba a comprar un bolso de Loewe, que le hacía mucha ilusión tener uno, etc. Unos días después se enteró que me marchaba tres días a la playa con una amiga y me preguntó que si podía venirse con nosotras. Nosotras ya habíamos pagado el viaje, así que le indiqué el hotel al que íbamos para que lo echara un vistazo e hiciera la reserva si le gustaba. Al día siguiente me dijo que no se apuntaba porque era muy caro y no pudo menos de echarme a reír.
-          ¿Por qué te reíste?
-          Eso mismo me preguntó ella y le argumenté que me hacía gracia que estuviera dispuesta a gastarse 600€ en un bolso y que sin embargo le pareciera caro 300€ un viaje a la playa de tres días.
-          Desde luego es absurdo.
-          Ella se ofendió y expresó sus argumentos de manera muy vehemente. Me dijo que mi placer solo iba a durar tres días, mientras que el suyo era para toda la vida, porque cada vez que mirase el bolso, lo vería precioso, lo tocaría y lo acariciaría y se sentiría reconfortada con ello y además, podría hacerlo todos los días.
-          ¡Madre mía! No me extraña que la llamasen Barbie.
-          Ya ves ¿Cómo se puede comparar mirar un bolso con contemplar la puesta de sol desde la playa? Esa bola roja que poco a poco va desapareciendo en el horizonte a la vez que el agua del mar va cambiando de azul a gris y luego, si hay luna, ese haz de luz blanca y brillante reflejándose en el agua...  Poder oler la brisa marina, contemplar el mar, como vienen y van las olas acariciando la orilla ¿Puede todo eso compararse con un bolso?