Que Laura llevase a sus nuevos amigos al cine en
una de las primeras citas como forma de saber si aquello tenía futuro, a muchos
les parecerá una tontería, pero para Laura era casi un método científico.
Después de esa prueba quedaban pocas dudas que disipar. Si salían airosos de la
cita cinematográfica habría más, pero si no era así, fin de la historia.
Los padres de Laura
transmitieron a sus hijos dos aficiones, el cine y la lectura. Todos los
hermanos de Laura acudían al cine frecuentemente y acumulaban libros en su
casa. En las reuniones familiares, incluso en las conversaciones telefónicas
las películas vistas últimamente eran temas habituales. Unos a otros se
recomendaban películas o rememoraban escenas que les habían hecho reír,
emocionarse u horrorizarse, que de todo había.
Ir al cine, entrar en la
sala, sentarse en la butaca, esperar a que se apagase la luz y en la pantalla
empezara la proyección tenía un encanto especial, único que habían vivido desde
su infancia. El padre de Laura regentaba el cine de su pueblo. Así que para
ellos la sala de cine era una estancia más de la casa. Cuando no había sesión,
corrían por el pasillo central, jugaban al escondite entre las butacas o se
subían al escenario en el que se situaba la pantalla y allí echaban su propia
película. Los días de lluvia la sala de cine se convertía en un enorme salón de
juegos.
Las proyecciones se
limitaban a los domingos y días de fiesta, así que el padre de Laura procuraba
elegir películas autorizadas para que pudieran asistir las familias al
completo. Pero algunas veces no era posible y a los niños no se les permitía
entrar lo que les costaba un disgusto. Aún así Laura y sus hermanos intentaban
colarse aprovechando la penumbra de la sala, pero siempre eran sorprendidos por
el implacable acomodador que los sacaba
de allí de una oreja. En estas ocasiones la reprimenda para ellos era triple,
primero de él, luego de su padre y finalmente de la madre. Pero a los
chiquillos debía durarles poco el disgusto porque a la siguiente ocasión volvían
a las andadas.
Seguro que ahora el lector
comprende mejor porque para Laura el cine era una prueba a superar.
En aquella ocasión Laura
había quedado con Javier al que había conocido el fin de semana anterior
durante una cena organizada por unos amigos comunes y a la que Laura se
incorporó a los postres. Saludos, presentaciones a los que no se conocen, lo
habitual en estos casos. Después de un rato algunos se despidieron y los demás
se reubicaron alrededor de la mesa. Laura coincidió al lado de Javier para
felicidad de éste que no le perdía ojo desde que había llegado. Javier no
disimuló lo que ella le agradaba. Laura se sentía complacida por la buena
acogida, la conversación y el trato halagador y cortés de Javier.
Finalizadas las cenas el
local ofrecía música en directo. Las conversaciones se redujeron a murmullos y
todos se prestaron a escuchar. Al cabo de un rato, el grupo musical animó a los
espectadores a salir a bailar y poco a poco el ambiente fue animándose cada vez
más. Sin embargo en un rincón de la mesa Laura y Javier continuaban con su
conversación ajenos a todo los demás. Se intercambiaron teléfonos y quedaron en
verse a lo largo de la semana. Javier solicitó que ella decidiera el día más
conveniente, él se adaptaría al que a Laura le viniera mejor.
En un momento dado,
atraídos por el ritmo de la música se decidieron a bailar. Primera decepción
para Laura, al ponerse en pie comprobó con desagrado que Javier era bastante
más bajo que ella. Laura intentó que no se le notase, pero a la primera ocasión
que se presentó y ante la sorpresa de todos, se despidió y se marchó con la
excusa de que estaba cansada.
Laura estuvo reflexionando
unos días, si llamar a Javier o no. Finalmente decidió hacerlo y proponerle ir
al cine, ella elegiría la película, a ver como reaccionaba Javier.
Javier se alegró
sinceramente de recibir la llamada de Laura y no puso objeción alguna a la
película, al cine, a la hora, ni a nada.
Javier llegó el primero y
sacó las entradas. Así que cuando Laura acudió entraron a la sala, tomarían
algo después. La película era Solo un
beso de Ken Loach y se proyectaba en
versión original subtitulada en español. Laura se concentró en la película
tratando de leer lo menos posible los subtítulos. Javier tampoco habló durante
la proyección, buen síntoma – pensó Laura.
Cuando el film acabó,
Laura comenzó a comentar el argumento. La postura de unos y otros. El director
no dejaba títere con cabeza, situando a ambas confesiones en el mismo nivel de
intolerancia. La pareja entró en el VIPS mientras Laura seguía hablando de la
película. Cuando ya les había acomodado el camarero, ella se percató de que
Javier no había abierto la boca, excepto para asentir que le parecía bien tomar
algo en el VIPS.
-
¿No
dices nada? ¿No te ha gustado la película? ¿Qué te ha parecido? No tienes que
decirme que sí. Hay mucha gente a la que no le gustan las películas de Ken
Loach. Solo quería saber tu opinión, nada más.
Javier se limitó a
encogerse de hombros y a cambiar de tema de conversación. Laura no insistió y fingió
leer la carta.
Durante la frugal cena,
Javier cometió lo que Laura consideró el tercer error, habló de su separación,
de su ex mujer y de lo que les llevó a separarse. Laura escuchó sin
interrumpirle. Cuando él terminó, se limitó a comentar: -¡Menudo drama! Lo que
le dio ánimos para seguir. La paciencia de Laura se estaba acabando: “es
bajito, es evidente que no le van este tipo de películas y encima me cuenta su
separación en la primera cita…Venga ya”
De repente miró el reloj y
exclamó: - ”¡Uf! Me tengo que ir, es muy tarde –
Javier intentó insistir en
que se quedara un rato más, pero Laura le cortó. Cruzaron la calle hacia la
parada del autobús que iba a casa de Laura. Javier quiso acompañarla para que
no fuera sola. Ella respondió que el autobús la dejaba prácticamente en la
puerta de casa y añadió un “adiós” que
sonó a despedida definitiva.