sábado, 2 de mayo de 2020

EL CANTOR


A Juan le gustaba cantar desde que tenía recuerdos. Lo malo era que lo hacía fatal. No era capaz de entonar dos notas seguidas.
En una ocasión quiso formar parte de una coral. Le habían dicho que allí le enseñarían a cantar, pero cuando el director lo oyó, lo rechazó argumentando que no tenía el tiempo necesario para adaptar su voz al resto del grupo.
También había intentado buscar un profesor que le enseñara, pero todo lo que encontró fueron academias dirigidas a personas con trayectoria profesional y evidentemente, ese no era su caso.
El pobre Juan se sentía muy frustrado. No comprendía por qué a él le resultaba casi imposible reproducir los sonidos que tanto le gustaban.  Con lo que a él le apetecía cantar, pero estaba claro que no había sido bendecido con ese maravilloso don. Así que Juan solamente cantaba cuando sabía que nadie podía oírle y esto sucedía en el coche cuando regresaba del trabajo. Solo, al volante de su coche donde guardaba un pincho con una recopilación de canciones, lo conectaba al USB y ¡hala! a cantar. Más de una tarde en los tramos de lenta circulación de la M-40, había sorprendido la burlona mirada de otro conductor al observar sus cantarines gestos que acompañaba de suaves contoneos de hombros.
El día que se decretó el confinamiento Juan llevaba ya un año sin trabajar, con lo que sus ocasiones diarias de desahogo coral se habían reducido considerablemente.
A raíz del encierro todo  se volvió virtual y ahí fue donde ¡por fin! Juan halló la oportunidad que tanto había buscado. Encontró un curso on-line de canto para aficionados y se matriculó de inmediato. Las partituras, la manera de leerlas y de interpretarlas, los midis y las voces estaban siempre disponibles ¡qué maravilla! Aquello fue un gran descubrimiento. Juan se impuso una disciplina de aprendizaje y acordó unos horarios de ensayo con su pareja por aquello de no molestar.
Al cabo de tres meses de confinamiento, Juan consiguió entonar de un tirón y sin atascarse una versión para coral del “Yesterday” de los Beattles. Cuando finalizó le pareció escuchar un ruido detrás de la puerta de la habitación-estudio. La abrió y allí en mitad del pasillo se encontró a Rosa, su mujer. Y dirigiéndose a ella dijo:
-         Dime que no fue un aplauso.

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