A Juan le gustaba cantar desde que tenía recuerdos. Lo malo
era que lo hacía fatal. No era capaz de entonar dos notas seguidas.
En una ocasión quiso formar parte de una coral. Le habían
dicho que allí le enseñarían a cantar, pero cuando el director lo oyó, lo
rechazó argumentando que no tenía el tiempo necesario para adaptar su voz al
resto del grupo.
También había intentado buscar un profesor que le enseñara,
pero todo lo que encontró fueron academias dirigidas a personas con trayectoria
profesional y evidentemente, ese no era su caso.
El pobre Juan se sentía muy frustrado. No comprendía por qué
a él le resultaba casi imposible reproducir los sonidos que tanto le
gustaban. Con lo que a él le apetecía
cantar, pero estaba claro que no había sido bendecido con ese maravilloso don.
Así que Juan solamente cantaba cuando sabía que nadie podía oírle y esto
sucedía en el coche cuando regresaba del trabajo. Solo, al volante de su coche
donde guardaba un pincho con una recopilación de canciones, lo conectaba al USB
y ¡hala! a cantar. Más de una tarde en los tramos de lenta circulación de la
M-40, había sorprendido la burlona mirada de otro conductor al observar sus
cantarines gestos que acompañaba de suaves contoneos de hombros.
El día que se decretó el confinamiento Juan llevaba ya un año
sin trabajar, con lo que sus ocasiones diarias de desahogo coral se habían
reducido considerablemente.
A raíz del encierro todo
se volvió virtual y ahí fue donde ¡por fin! Juan halló la oportunidad
que tanto había buscado. Encontró un curso on-line de canto para aficionados y
se matriculó de inmediato. Las partituras, la manera de leerlas y de
interpretarlas, los midis y las voces estaban siempre disponibles ¡qué
maravilla! Aquello fue un gran descubrimiento. Juan se impuso una disciplina de
aprendizaje y acordó unos horarios de ensayo con su pareja por aquello de no
molestar.
Al cabo de tres meses de confinamiento, Juan consiguió
entonar de un tirón y sin atascarse una versión para coral del “Yesterday” de los Beattles. Cuando
finalizó le pareció escuchar un ruido detrás de la puerta de la
habitación-estudio. La abrió y allí en mitad del pasillo se encontró a Rosa, su
mujer. Y dirigiéndose a ella dijo:
-
Dime
que no fue un aplauso.
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