miércoles, 3 de diciembre de 2008

Por razones de higiene prohibido escupir en el suelo

Este es un texto que preparé para mi tertulia literaria. La clave estaba en escribir un relato breve en el que estuviera incluida la frase: "por razones de higiene prohibido escupir en el suelo". Esta frase se encontraba puesta en una chapa sobre la pared de una antigua taberna de Madrid en la que estábamos celebrando nuestra reunión.

RELATO
A Antonio González siempre le había gustado vivir en Madrid, así que cuando se pudo jubilar, se quedó a vivir allí. Si bien se ausentaba de vez en cuando para realizar algún que otro interesante viaje o para aspirar el aire marino.
A Antonio González además de vivir en la ciudad también le gustaba caminar. Antonio disfrutaba de sus paseos por las calles de Madrid en todas las épocas del año, lo único que variaban eran la hora y la vestimenta. Para realizar esta actividad, solía elegir horas en las que las calles, siempre bulliciosas, no estuvieran muy saturadas de gente, porque una cosa es que a Antonio le gustase la ciudad y otra muy distinta era querer verse inmerso en una aglomeración. El exceso de gente y de ruido poseían la virtud de marearle, así que los evitaba.
Aquel era un soleado día de noviembre. Uno de esos claros días que el otoño madrileño tiene a bien regalar a sus habitantes. Antonio había dado su paseo habitual entre las doce y las dos del mediodía, llegando a casa a tiempo para la comida. Después de dormitar un rato en el sillón, Antonio se preparó una taza de café y se asomó a la ventana: definitivamente el día era radiante. Un día como aquel seguramente ofrecería una puesta de sol de esas que él no se podía perder. Los atardeceres otoñales de Madrid se echan de menos cuando uno no está allí. Así que no lo pensó dos veces, cogió una prenda de abrigo para resguardarse del relente vespertino y se dirigió a toda prisa a la parada del autobús. Su objetivo era contemplar la caída del sol desde al alto del Cuartel de la Montaña. Antonio no podía imaginar un escenario mejor para semejante espectáculo. A esas horas el tráfico en Madrid suele ser fluido y no se tarda mucho en llegar a cualquier lado al que uno desee ir. El autobús no tardó en llegar. Antonio tuvo que comprobar el número dos veces para asegurarse de que se subía al correcto porque el vehículo era nuevo, hasta tenía otro color.
- ¡Vaya! Sí es azul como cuando yo era pequeño
Pero no era esta la única sorpresa que la EMT le tenía preparado a Antonio. El coche, además de utilizar combustible no contaminante, según anunciaba en el exterior, ¡hablaba! Sí, sí hablaba. Anunciaba la siguiente parada, decía que más autobuses se detenían allí y hasta daba la hora. Definitivamente este alcalde se ha vuelto loco, en que cabeza cabe, comprar autobuses que hablan, qué dispendio. Cuanto más bonito es preguntar al pasajero que uno tiene al lado si está muy lejos la parada de la Pza. de España porque allí es donde uno se tiene que bajar y no estar pendiente de lo que dice una máquina o de leer los letreros. Además con la excusa de la pregunta, se entabla conversión y el viaje se hace más ameno. Claro que bien es verdad que ya casi nadie habla con nadie. No como antes que se podían iniciar amistades y hasta noviazgos en el autobús. Este es azul, pero no se parece en nada a aquellos de su infancia, en los que para solicitar la parada había que tirar de una cuerda que daba la vuelta al autobús y a la que los niños no llegaban porque estaba casi en el techo y tenían que pedirle a un adulto que tirara de ella o solicitar al cobrador (porque llevaban cobrador y todo) que avisara al conductor de que la siguiente parada era la suya. Uno entraba en el autobús por detrás que era donde se sentaba el cobrador y ahí pagaba el billete. El cobrador se encargaba de que todo el mundo subiera y bajara sin percances y cuando todos estaban situados avisaba al conductor para que arrancara.
El cobrador también se ocupaba de que la gente pasara hacia la parte delantera del autobús y no se apiñase en la trasera. Antonio era de los que intentaban alcanzar la primera fila, allí al lado del conductor ¡qué bien se veía todo! y hasta charlaba con él, a pesar del cartel de “prohibido hablar con el conductor”. Aquellos autobuses estaban llenos de carteles. Al lado de los primeros asientos estaban los que decían:
“asientos reservados para caballeros mutilados”
y a lo largo del autobús se colocaban varios alargados pero con el mismo texto: “por razones de higiene prohibido escupir en el suelo”.
- ¡Uf! Si la próxima es la mía, con tanto evocar el pasado, se me olvida el presente. Me debo estar haciendo viejo porque empiezo a parecerme a ellos
Antonio se bajó y dirigió sus decididos pasos a lo que hoy llamamos el Templo de Debod, subió las escaleras, pasó de largo por el monumento al dios egipcio y alcanzó la barandilla del fondo. Desde allí contempló la bonita vista de Madrid, luego se colocó unas oscuras gafas de sol para que el astro rey no le cegara y así poder observar como el color amarillo que ofrecía al medio día se había tornado en intenso anaranjado, poco a poco irá perdiendo intensidad para permitir que un áurea violeta le rodee, entonces se hace inmenso y alcanza tal belleza que le deja exhausto y no le queda más remedio que ocultarse hasta el día siguiente.
Una vez más Antonio, se ha emocionado ante la hermosura que la naturaleza es capaz de ofrecer de manera tan generosa y deja caer unas lágrimas. Si alguien le hubiera preguntado habría dicho que era porque la luz del sol le había cegado.

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